Dicen que tundra es la vasta estepa solitaria, ni pinos ni reinos. Solo nieve. A menudo imagino que la gran literatura es un inmenso paisaje nevado, con párrafos helados y constantes vientos de prosa que parecen derribarnos sobre nuestras almohadas. Bigotes y barbas helados parecen babear como palillos y de repente, los grandes escritores de la gran literatura encienden una hoguera en medio de una frase y poco antes del punto final, recordamos las sílabas de la palabra hogar.
Contrariamente al grano, dicen que la Toscana italiana es tan exuberante en sabores de sus paisajes y colores que se comen que los versos parecen florecer en medio de todos los verdes y pequeñas crónicas inmortales en el marco de un mantel a cuadros… y en la maraña de mis desvaríos, muchas veces confundo el milagro de los viñedos lejanos y la comida polifónica sobre el inmenso mantel prístino de nieve infinita porque me huele a infancia, me sabe a amor y me explica —de vez en cuando— la palabra amistad.
David Toscana es un escritor que admiro desde mucho antes de conocerlo en persona. Lo abracé en páginas subrayadas y asombro sucesivo, lo imaginé entrañable antes de aquella tarde afortunada en que Eduardo Antonio Parra (que es de Guanajuat, aunque es del Norte) nos presentó y así una tertulia con esos dos narradores que se encontraron entrelazados con sincronicidades y coincidencias. El tiempo ha nevado nuestros templos y me ha permitido caminar con la Toscana por paisajes de aceite: claroscuros de aguanieve en Cracovia y un viento imperdonable en Varsovia… luego, Madrid en filiación compartida; Incluso he caminado a su sombra en lugares remotos donde se sabe que ha vivido, sin constancia de que haya viajado para verlo.
Hace unos meses me concedieron presentar El peso de vivir en la Tierra, la novela con la que David ha sido merecidamente premiado hoy Toscana y todo el hielo que cubre Madrid se convirtió de repente en Toscana, de vid y vida, de alivio y consuelo, pero sobre todo de orgullo lector porque el galardón confirma que los escritores se sinceran ante la inmensa página de nieve, los que viven sin televisión ni Netflix en un lienzo donde una bella mujer pinta los rostros de fantasmas muertos, todos los escritores de la antigua gran literatura y este gran escritor toscano ha toscado todo el paisaje contra la frialdad y contra la mediocridad de tantas novelas y tanto ruido. Toscana con música tosca de fondo bailando al borde de un balcón en pleno centro de Madrid a levitar como ejemplo: sí se puede vivir dignamente en este entorno de pantanos y barro, en medio de la tundra, donde los egos de los que creen tener siempre la razón justifican el plagio por conveniencia y las simulaciones por negligencia.
Tuscany es uno de los autores que lee mucho para escribir de verdad. Su conversación minuciosa, como la lluvia, señala errores y subraya maravillas. Su generosidad se derrite desde los más mínimos gestos de hospitalidad y acompañamiento: los que partimos panes en su mesa lo sabemos, pero sobre todo los que hemos leído sus crónicas y artículos lo sabemos donde tuvo a bien no sólo hacerme una mudanza para salvar de una cornada en pleno centro del ruedo, pero de llevar bien el razonamiento para apuntalar el abrazo con el que me instó a levantarme y seguir peleando en prosa. Escribir es toreo y hoy han premiado a una figura del toreo mexicano con alma europea. Es regiomontano, como Lorenzo Garza y Manolo Martínez y por tanto, toreo de escritor como pájaro de tempestades y mandón en silencio. Sin participar en el vodevil de las letrillas ni en los juegos cínicos o hipócritas de un mundo tan desagradecido, David cuajaba un gran trabajo y hoy le han premiado con las orejas y el rabo.
La tarea que se titula El peso de vivir en la Tierra es un delirio no exento de humor y de ciertos dolores. David se encerró a la vez que el mundo entero se encerraba a leer de oído traducciones en español, ruso o polaco para empaparse literalmente de la gran literatura rusa. Con el paso de los meses, se convirtió en huésped de fantasmas: en su mesa, al borde del balconcito y todo el tiempo congelado, Chéjov y Dostoyevsky, Turgeniev y Tolstoi, y también Gorki y los hermanos Marx, bueno, la historia que tejía la toscana hilas las locas aventuras de un regiomontano Alonso Quijano, un burócrata regiomontano que de tanto leer novelas sobre aquellas caballerías rusticanas y presoviéticas pierde la gorra y empieza a firmar documentos con pluma de ganso, para visitar un cantina real que para él es como una nave espacial Sputnik y antes de las telenovelas de los muertos en el mundo o el tiempo que le queda de vida, le duele más la muerte de Ivan Ilitch.
No te cuento más, léelo y viaja con la alta literatura toscana a través de la alta literatura rusa para comprobar que San Petersburgo es una forma rara de México y que la vida desbordante de los poetas olvidados o en la sombra es en realidad la gloria palpable. de los milagros que suceden de vez en cuando.
David Toscana sale por la Puerta Grande. Ha confirmado la belleza precisa de escribir con el alma y conversar con fantasmas para que todos sus lectores puedan evadir la tormenta diaria de nieves interminables y —en medio de la tundra— redescubrir el hermoso jardín de lo entrañable: las letras que se juntan. construir frases -aparentemente- en el vacío que al leerlas elevan el mundo… Yo, por tanto, lo llevo sobre mis hombros.
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