La reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), realizada la semana pasada en Buenos Aires, presentó un mapa bastante preciso de la situación política en la región. Sobre todo por las tensiones que se presentaron en su desarrollo.
La nota dominante fue la reaparición de Lula da Silva y, con él, de Brasil. Lula ha puesto la diplomacia al tope de su agenda, en contraste con el aislamiento que cultivó Jair Bolsonaro durante su mandato de cuatro años. Los funcionarios de Itamaraty, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, se jactan de que el presidente ya tuvo, en menos de un mes en el cargo, la mitad de las reuniones con líderes extranjeros en las que participó Bolsonaro a lo largo de su mandato.
El expresidente permanece aislado, ahora de su propio país. Permanece en Florida, tal vez asustado por los rumores que difunde el nuevo partido gobernante sobre la posibilidad de un arresto cuando regrese a Brasil. Ya hay varias investigaciones en marcha por irregularidades en el uso de medios estatales durante la campaña electoral, además de problemas de gasto difíciles de explicar en sus propios movimientos. ¿Qué efecto tendría el eventual arresto de Bolsonaro en la fracturada sociedad brasileña? Misterio.
La presencia de Lula en Buenos Aires tenía un objetivo más preciso. Inspirado por Celso Amorim, el asesor internacional del palacio del Planalto, y por su canciller Mauro Vieira, aspira a restaurar un orden similar al que dominó en la primera década del siglo, cuando llegó al poder el líder del PT.
El paso más relevante para ellos es recrear la Unión Sudamericana de Naciones, Unasur. Esa liga, cuya semilla fue sembrada por Fernando Henrique Cardoso poco antes de dejar el poder, postula la existencia de un sujeto sudamericano. México obviamente estaría ausente de ese set. En esta plataforma, Brasil afirmaría su papel de “potencia benévola”, como lo llamó alguna vez Henry Kissinger. La saga que imagina Amorim desde que fue representante ante las Naciones Unidas a principios de los noventa, se encamina hacia un objetivo: la conquista de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. En ese plano imaginario, México también aspira a ese cerro. Por eso Lula mostró tan poco interés cuando, al día siguiente de su victoria electoral, el argentino Alberto Fernández le dijo que tenía disponible la Celac.
El presidente brasileño debió advertir en Buenos Aires de las dificultades que encontraría hoy cualquier iniciativa regional. El mismo Fernández, que estaba tan seguro de su liderazgo en la Celac, no logró la reelección. Algún asesor mal informado lo animó a postularse. Fue derrotado por Ralph Gonsalves, de San Vicente y las Granadinas, quien forjó una alianza mucho más amplia, en cuyo centro estaba Nicaragua, el país dominado por el tirano Ortega.
Fernández tuvo problemas externos e internos durante “su” cumbre. Su vicepresidenta, la poderosa Cristina Kirchner, no asistió a las reuniones de la Celac, pero desplegó una agenda paralela, con mandatarios que fueron a visitarla a su despacho en el Senado. Estuvieron presentes la hondureña Xiomara Castro, los bolivianos Luis Arce y Evo Morales, y el colombiano Gustavo Petro. Lula, en cambio, no aceptó la invitación. Sabía que asistir era menospreciar a Fernández. Hay tan poca armonía en el partido de gobierno que maneja la Argentina.
Lula, en cambio, fue a la casa de José Mujica en Uruguay. En ese país estuvo sólo un día, pero hubo definiciones importantes. Sobre todo, el compromiso del brasileño de trabajar a favor del Tratado de Libre Comercio que ya se negoció con la Unión Europea. Este acuerdo, que fue firmado por los presidentes del Mercosur cuando Bolsonaro gobernaba en Brasil y Macri en Argentina, presenta varias dificultades para su validación por parte de todos los países que integran la Unión Europea y el Mercosur. En el viejo mundo, el gran obstáculo es Francia, y su legendario proteccionismo agrícola, defendido incluso por un presunto liberal como Emmanuel Macron. El presidente francés ocultó su reticencia en la obstinada negativa de Bolsonaro a someterse a un conjunto de estándares ambientales. Ahora esa dificultad ha desaparecido: Lula se ha envuelto en la bandera ecológica, no sólo para diferenciarse de su antecesor sino también para afirmar su acuerdo con los sectores “verdes” de la coalición con la que gobierna. Por ejemplo, con Marina Silva.
Esta orientación será también la valencia inicial a través de la cual conectará con Joe Biden. El 10 de febrero ambos se enfrentarán en Washington. Ya ha habido varios acercamientos. Uno de ellos fue el almuerzo que sostuvo el canciller Vieira con el exsenador Christopher Dodd, enviado por el presidente de Estados Unidos al foro de la Celac.
La otra dificultad para poner en práctica el entendimiento del Mercosur con Europa es el kirchnerismo. Horas después de que Lula hiciera esa promesa al uruguayo Luis Lacalle Pou, Fernández declaró desde la otra orilla del Río de la Plata que el tratado debía ser renegociado por completo. El gobierno argentino mantiene una alianza con sectores industriales protegidos, en el centro de los cuales están los laboratorios farmacéuticos, lo que paraliza cualquier avance hacia la apertura. Fernández hizo sus declaraciones durante un encuentro con el canciller alemán Olaf Scholz, quien realizó una gira por Argentina, Chile y Brasil, centrada, previsiblemente, en el tema energético.
Cuando Scholz llegó a Brasilia, Lula le hizo saber que su país es la voz principal en materia comercial. Es lógico: es él quien pone a disposición el mayor mercado. Prometió ratificar el acuerdo antes de julio. Scholz, como antes Angela Merkel, tendrá que lidiar con Macron. Quizá ya lo esté haciendo: ha prometido 2.000 millones de euros para fortalecer la empresa ecológica del presidente brasileño en la Amazonía. Menos argumentos para el veto francés.
Los brasileños son conscientes de estas limitaciones. Los principales responsables de su política exterior vaticinan que es casi imposible validar este acuerdo comercial con Europa. Pero había una necesidad urgente de prometer a Lacalle algún movimiento a favor del libre comercio: los chinos están tentando a Uruguay a firmar un acuerdo con la independencia de Brasil, Argentina y Paraguay, los otros miembros del Mercosur. Para el gobierno de Xi Jinping, casarse con Uruguay es la forma más fácil de pisar el Cono Sur. Un diplomático brasileño propuso esta astuta analogía: “No es la primera vez que una potencia internacional utiliza a Uruguay para condicionar el juego de Brasil y Argentina”. Se refería a Inglaterra, durante las primeras décadas del siglo XIX.
La arquitectura internacional que se pretende reconstruir desde Brasilia es desafiada por las grandes alteraciones producidas por el paso del tiempo. América Latina ya no es esa región expansiva en la que operó el primer Lula. También se quebró la pasable armonía ideológica de la primera década del siglo. Especialmente dentro de cada país, como lo demuestra el panorama fracturado de Brasil.
Una señal lamentable de estos cambios ha sido la metamorfosis autocrática de algunos regímenes populistas. Venezuela es el caso más sonado. Nicolás Maduro no pudo viajar a Buenos Aires, temeroso de la posibilidad de que un juez lo detuviera, en nombre de la jurisdicción universal, por las denuncias de violaciones de derechos humanos en su contra. No fue una prevención mal dirigida. Un fiscal argentino, Gerardo Pollicita, solicitó información sobre estas acusaciones mientras se encontraba en sesión con la Celac. Memorias de Augusto Pinochet, quien en 1998 fue detenido en Londres.
Las presunciones del dictador venezolano se alimentaron de más antecedentes. En junio del año pasado, un avión venezolano fue detenido en el aeropuerto argentino de Ezeiza con toda su tripulación, también integrada por iraníes, bajo la presunción de que podrían estar involucrados en un complot terrorista. La investigación dio un giro inesperado. Esa misma aeronave había sido utilizada por el poderoso expresidente paraguayo Horacio Cartés para presuntas operaciones de contrabando. Cartés es el zar de la frontera paraguaya. A través de ese hilo se hicieron otras acusaciones, incluyendo enlaces a organizaciones sancionadas por Estados Unidos, como Hezbollah. La visa estadounidense de Cartés fue suspendida. Y el jueves pasado intervinieron sus cuentas en Estados Unidos. El actual vicepresidente de Paraguay, Hugo Velázquez, también se vio afectado por estas sanciones. El año pasado, cuando también le revocaron la visa, renunció. Más tarde se arrepintió.
En Argentina el caso de Cartés siempre tiene una derivación doméstica. El oficialismo argentino la utiliza en su acérrimo enfrentamiento con el expresidente Mauricio Macri. Sobre todo por un enigmático viaje que realizó Macri a Asunción del Paraguay, en julio de 2020, durante la cuarentena impuesta por la pandemia, en el avión privado de Cartés. El argentino y el paraguayo están emparentados por sus actividades como dirigentes futbolísticos. El kirchnerismo suele ser muy adverso a Estados Unidos. Pero, “con esa lógica peculiar que da el odio”, como decía Borges, en el caso de Cartés, y Macri, lo que ese país puede decir es palabra santa.
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