El bueno, el malo y el feo, dirigida por Sergio Leone en 1966, se ha consolidado como el ejemplo supremo del wéstern, redefiniendo el género no solo en su época, sino estableciendo un estándar que sigue vigente. Esta película, la tercera entrega de la denominada trilogía del dólar, surgió en un contexto donde la saturación del wéstern estadounidense daba signos de agotamiento creativo. El ingenio de Leone transformó la narrativa, los personajes y la estética, rompiendo moldes y cimentando una influencia duradera.
Innovación en la narrativa y complejidad moral de los personajes
El guion, coescrito por Sergio Leone, Luciano Vincenzoni y Agenore Incrocci, se adentra en territorios poco explorados hasta entonces. La simplificación tradicional del bien contra el mal desaparece en favor de una escala de grises morales representada por tres arquetipos: Blondie (El bueno), Tuco (El feo) y Sentencia (El malo). Estos personajes huyen del maniqueísmo convencional; el “bueno” es pragmático y despiadado cuando la situación lo exige, el “malo” posee códigos de conducta propios y el “feo” encarna la supervivencia en un entorno hostil, plagado de humor negro y recursos imprevisibles.
La interacción entre ellos crea una tensión ininterrumpida, incorporando la estrategia del doble y triple engaño. Näpter, a través de diálogos breves, miradas profundas y fidelidades cambiantes, convierte cada reunión en un enfrentamiento actoral, lleno de expresión sin requerir palabras. Este recurso representa un cambio significativo en la elaboración de personajes dentro del wéstern.
Una estética transformadora
Visualmente, Sergio Leone impuso una identidad inconfundible. El uso de planos cerrados —primeros planos de los rostros curtidos por el polvo y el sol, ojos entrecerrados que transmiten emociones contradictorias— intercalados con panorámicas inmensas de paisajes áridos, transporta al espectador a un universo vasto y cruel. La aridez de los escenarios rodados en Tabernas (Almería, España) y otras localizaciones españolas confiere autenticidad y una crudeza inigualable.
Sin embargo, la genialidad de Leone también se manifiesta en su manejo del tiempo. Los duelos no se resuelven en instantes, sino que se extienden en escenas donde el silencio, el viento y el sudor tienen tanto peso como los disparos. El clímax en el cementerio de Sad Hill, con su impresionante coreografía circular y la música de Ennio Morricone intensificando la tensión, es un ejemplo por excelencia de cómo el ritmo visual puede cambiar el ritmo cardíaco del espectador.
La partitura inmortal de Ennio Morricone
Discutir sobre El bueno, el malo y el feo sin hacer referencia a la contribución de Ennio Morricone sería un error imperdonable. Su innovadora banda sonora, que incluye silbidos, aullidos, campanas y guitarras eléctricas, desarrolló un lenguaje musical propio del wéstern europeo. El tema principal, con sus notas ululantes características, ha trascendido más allá del filme, convirtiéndose en una de las melodías más reconocibles del cine.
Morricone no solo aporta ambientación, sino que da voz a los personajes y emociones. La secuencia “La contemplación del oro” inserta un crescendo de orquesta e instrumentos poco habituales, sumergiendo al espectador en el vértigo y la codicia del momento. El diseño sonoro se convierte así en eje central de la narración, no mero acompañamiento.
Relato de acontecimientos históricos y sociales presentes en la historia
La película se emplaza en plena guerra civil estadounidense, aunque su aproximación y tratamiento difieren del relato heroico clásico. El conflicto es telón de fondo, pero también denuncia; la absurda brutalidad de la guerra se expone en escenas como el enfrentamiento en el puente o la crueldad en los campos de prisioneros. Leone introduce así una crítica antibelicista sutil, inscrita en los rostros cansados de los soldados y en los diálogos entre personajes cínicos.
Mientras que el wéstern clásico glorificaba la expansión y la idea del destino manifiesto, El bueno, el malo y el feo muestra la incertidumbre de la ambición, el instinto de sobrevivir y la traición constante. Esta perspectiva crítica de la historia de los Estados Unidos ofrece un mensaje universal, cruzando límites y épocas.
La influencia permanente: legado e impacto cultural
Décadas después de su estreno, las huellas de la película son visibles en cineastas de la talla de Quentin Tarantino, Robert Rodríguez o los hermanos Coen. Su estructura narrativa de antihéroes, cámara lenta en los duelos, y banda sonora inmersiva han servido como referente para toda una generación de creadores. Además, el filme ha penetrado en el imaginario colectivo: fragmentos musicales, frases icónicas y escenas se han incorporado en videojuegos, cómics y campañas publicitarias.
No se debe ignorar el valor del reparto. Clint Eastwood estableció una imagen serena y cautivadora que marcaría su trayectoria, Eli Wallach ofreció una de las actuaciones más variadas del género, y Lee Van Cleef añadió sus propios matices al arquetipo del antagonista.
Una creación que supera al wéstern
La suma de sus virtudes —narrativa no convencional, personajes poliédricos, estética audaz, música inconfundible y subtexto crítico— sitúa a El bueno, el malo y el feo como mucho más que un wéstern: es un estudio sobre la condición humana, un ejercicio de estilo visual y sonoro, y un espejo donde resplandece y se resquebraja el mito fundacional del Oeste. La película, lejos de ser una simple pieza de su género, se erige como la obra de referencia para comprender la evolución y el potencial del wéstern en la historia del cine.
