El artista Gabriel Orozco invitó a sus amigos a dar un paseo este jueves. La cita era a la una de la tarde en el bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México. El resplandor sucio de la capital obligó a muchos a llevar gafas oscuras: gafas con montura de carey, gafas metálicas, gafas redondas como naranjas. “Veo que nadie trajo sombrero”, observó el artista y emprendió la caminata. La invitación era a recorrer los 400 metros de calzada flotante que diseñó Orozco para unir dos tramos de la selva hasta ahora incomunicados. La obra, inaugurada en enero, es uno de los primeros resultados visibles de la remodelación del espacio verde urbano más importante de la ciudad, que el presidente Andrés Manuel López Obrador encargó al artista en 2019.
“Voy a hablar un poco en inglés, en francés, en noruego, en sueco…”, advirtió Orozco, en parte serio, en parte en broma, antes de comenzar. En el grupo había una treintena de artistas, curadores y galeristas de distintas partes del mundo que esta semana coinciden en la Ciudad de México para la celebración de Zona Maco, la gran feria de arte de América Latina. Orozco, al final, solo hablaba español porque los amigos se quedaron atrás cuando la prensa se le acercó. “No estoy sirviendo a mis invitados. ¡Vamos!”, los animó y luego advirtió a los periodistas: “Hay artistas famosos en la tertulia”. Pero todas las cámaras apuntaban a él, el artista mexicano más internacional, que reparte su año entre Nueva York, Tokio, París, Ciudad de México y Bali.
En 2019, el presidente lo puso al frente del mayor proyecto cultural del sexenio y él aceptó “por honor”. Chapultepec: Naturaleza y Cultura, como se llama el proyecto, es una intervención cultural, urbana y ambiental de 10.000 millones de pesos para mejorar las conexiones dentro del bosque, recuperar áreas abandonadas, abrir hectáreas cerradas al público y conservar áreas protegidas. La calzada flotante es una de las tres proyectadas para unir los cuatro tramos del espacio, casi 800 hectáreas que se disgregan, de forma peatonal. Tras el parón de la pandemia, es uno de los primeros resultados visibles del proyecto, junto a la inauguración en enero del Centro de Cultura Ambiental.
El paseo marca una suave curva de un extremo al otro. El acceso desde el primer tramo del bosque, el más conocido y popular, es escalonado. La rampa para cochecitos, sillas de ruedas o bicicletas se encuentra a pocos metros de allí. En medio del camino se abren anillos que permiten el paso de árboles. Una pendiente ligeramente empinada permite llegar a la mitad y allí, por encima de las cabezas de los visitantes, pasa el Periférico, una de las vías principales de la capital y sus alrededores. La masa de hormigón levita arriba y el ruido del tráfico se intensifica.
“Cuando vi los números me preocupé bastante porque me parecían demasiado cortos. [la distancia desde el suelo]. Ya viéndolo, es una de las partes más bonitas del puente. Es como una sombra, como un descanso”, dijo el artista, quien vestía jeans, camisa azul, chaleco de frac y tenis. Se había quitado el sombrero y de vez en cuando arreglaba su cabello blanco. sus manos era un anillo de plata que pertenecía al artista. Víctor Fosado y que tiene una Santa Muerte tallada en hueso en el centro. “Es increíble pensar que a uno le gustaría parar a descansar en medio del Periférico. Y, sin embargo, esa fue una de las cosas que resultó ser una suerte”, continuó el artista.
La estructura del puente es “un sistema de arco y anillo” construido de acero y hormigón. El artista señaló que es “la más práctica, la más segura y la más duradera”. “[La estructura] tiene un cuadro sísmico apropiado y está construido con cierta economía”, agregó. Luego, continuó: “Se hizo de manera bastante artesanal. Aunque es un puente de acero, se hizo un trabajo muy cuidadoso para ser respetuoso con la naturaleza”. El artista espera que los visitantes sientan que están “caminando por un bosque” cuando caminan por él. “Me parece que mucha gente ya ha estado muy contenta con este pequeño cruce. A ver cómo seguimos usándolo. Una obra de arte no está acabada hasta que el público la utiliza”.
Mientras recorría su obra, una “escultura pública transitable” de 302,4 millones de pesos, Orozco insistió en que no lo entrevistaran y confrontó a los medios con la artista iraní Nairy Baghramian. La propia escultora dijo estar “sorprendida por la sutileza y humildad” de la intervención, que “abarca todos los elementos” de la obra de Orozco. El artista también señaló las “formas orgánicas” en el suelo o las barandillas. Orozco trató de socializar con sus invitados, entre los que se encontraban los galeristas Mónica Manzutto, José Kuri y Alexander Ferrando, de la galería Kurimanzutto, que lo representa; la artista etíope Julie Mehretu; el pintor cubano Wilfredo Prieto o el escritor mexicano Jorge Zepeda Patterson.
Pero también fue interceptado por vecinos. “¿No necesitas unas florecillas?” observó una mujer. “Estos van a florecer, pero no estamos en temporada”, respondió el artista. En una entrevista con EL PAÍS, ya había advertido que “en un jardín la paciencia es importante” y que algunos de los “beneficios” del proyecto no se verán “hasta dentro de 20 años”. Orozco llegó al final del camino y se apoyó con el codo en una de las barandillas. El trayecto que tomaría unos diez minutos a pie se hizo en 25. “No lo estamos haciendo mal. Todavía podemos entregar la mayor parte a tiempo en los términos establecidos por la Administración que quiso invertir todo ese patrimonio. Vamos bien”, dijo y luego lanzó un recordatorio: “Es un jardín, acuérdate. Entonces no pegan todas las semillas igual”.
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